jueves, 9 de enero de 2014

A la deriva.

Cuando haces algo mal desde el principio, la lógica determina, casi absolutamente, que tiene que acabar mal.
Por mucho que se vista la mona de seda, mona se queda. Por mucho que quieras buscarle forma de un contrato a una subvención, no deja de ser una subvención. Así que en la búsqueda de talla, hechuras y vestido, nos quedamos como el emperador y su nuevo traje, desnudos, o sea con un procedimiento desierto. Uno de los licitadores esperaba presentarse y cobrar, y claro si tienes que darle forma al contrato, hay alguna que otra obligación a cumplir, para poder justificar el dispendio económico. Y, si la obligación supone una carga económica para el licitador, pues como que ya no le interesa.
Y en esas estamos, a ver que decide quien manda, para si nos agarramos al artículo 170.c, y nos vamos a un negociado sin publicidad. Pero, si antes no ha presentado oferta, por qué lo va a hacer ahora, si las condiciones seguirán siendo las mismas.
Y este no ha sido el único desierto, ya metidos en harina, en el segundo de los dos procedimientos abierto en curso, no íbamos a ser menos e íbamos a tener licitadores. Que no esté solito el primero, pues otro procedimiento desierto.
Cuando tienes que convertir en contrato una subvención derivada de un convenio de colaboración, pues comienzan los problemas, que se trampeaban mientras el importe económico era satisfactorio, pero los recortes han llevado a que no interese dedicar esfuerzo a esa tarea. El problema es que en el mercado no existen, casi, empresas potenciales, con lo que la última vez lo solucionamos con un spin-off (así se definía la empresa a sí misma) de la universidad que había sido la encargada de satisfacer el servicio.
Con este panorama, ¿cómo se puede trabajar motivado? Al final te ríes por no llorar, pero es que no hace nada de gracia.

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