sábado, 25 de octubre de 2008

Que fantástico que soy haciendo las cosas.

La publicidad.
Ese invento que no para de devorar recursos a cambio de promesas incumplidas, como las que se le pueden a hacer a cualquier mujer por robarle unos minutos de amor.

Si se puede llegar a creer por cierta la afirmación de que la mejor publicidad es hacer las cosas bien, parece un sinsentido gastar recursos en dar a conocer a todo el mundo que bien haces las cosas. Éstas se publicitarán por si solas.
En el ámbito empresarial, se puede considerar más o menos acertado establecer una política de publicidad de cara a ampliar tu potencial mercado, que muchas veces es una acto redundante. Acaso, ¿quien ha necesitado ver un anuncio de Ferrari, Rolex o Armani, para saber de sus virtudes? Creo que nadie que tenga un mínimo de comunicación con el resto de la sociedad.
Viendo lo que cuesta una campaña de publicidad, sea en el medio que sea, para una empresa de capital social, que su objeto no es otro que el beneficio, y en los días en los que estamos, quien puede justificar que cualquier ente de naturaleza pública, financiada por el dinero de todos, se dedique a realizar campañas para alabar las excelencias de su gestión.

Entendámolos bien. Digamos que en épocas de vacas gordas, se pueda utilizar la publicidad para engrasar con dinero público la maquinaria del consumo, dándoles un trabajo extra al sector publicitario. Pero donde está la justificación moral, cuando no hay un fin informativo real de un hecho que incida sobre la mayoría de la población (las campañas para realizar la declaración de la renta, la finalización de determinados plazos para obtener ayudas o la obligación de una inscripción en un registro público...), sino que la justificación es decirle a la gente algo que ya sabe.
Lo que critico es la indecencia de hacer ver a la gente que estás haciendo algo, cuando en realidad tus mecanismos de actuación sobre una circunstancia son limitadas, pues, siendo como es una administración no estatal, su ámbito de actuación (competencial y territorial) es limitado. Cuando hay miles de personas que se están quedando en la calle, y tú te dedicas a tirar miles de euros en decirle a la gente, haz esto y tendrás lo que necesitas, somos fantásticos, mira lo que hemos hecho.

En mi caso en particular, a todo esto, hay que añadir la ineptitud de las personas responsables de la gestión de este despilfarro. Es un misterio que estén ganando dinero público, otro grano de arena en la montaña del despilfarro de la publicidad institucional.

jueves, 9 de octubre de 2008

La ley del papel higiénico.

Sabio es el dicho castellano hecha la ley, hecha la trampa. Para eso están los letrados, abogados y jueces, para interpretar lo que dice algo hecho por políticos. Pero dicho esto, hay un campo en la administración pública, que el mencionado dicho ha sido superado por la izquierda, la derecha, por arriba y por abajo. Este campo es la contratación administativa de los poderes públicos.
Da la sensación que es una ley que está escrita blanco sobre blanco, puesto que por mucho que se la lea, estudie por parte de determinados sujetos, parece que sea un articulado escrito en blanco. Se hace caso omiso de forma sistemática, como si su única función, y de ahí el título de este pequeño artículo, sea la misma que el papel higiénico, el de limpiarse, después de aliviar el sistema digestivo.
También, se puede entender como metáfora, que se utiliza la ley para darle un barniz de legalidad a toda la mierda que se salpica.
Los intereses particulares superan el interés público. Y no me estoy refiriendo a la corrupción (a cualquier escala), sino más en concreto a la propia carrera personal: intentar caer en gracia o no caer en desgracia de tus superiores, o en el caso de los superiores, de los electores.
Después de más de una década sufriendo una ley insuficiente, durante más de dos años de incumplimiento de una directiva europea (con otras se corre que da gusto, suelen ser las que sirven para pagar los favores a los grandes compañeros de viaje: la liberación de aquellos servicios públicos que cada mes o dos pasan reclamando el diezmo), se llega a una nueva ley, que aunque parezca mentira, empeora lo presente. Bueno, tiene un par de buenas intenciones, que la práctica ha llevado a que sean eso, buenas intenciones. Una de ellas trata de dar la máxima publicidad e información posible sobre todos los negocios económicos que realice la administración con terceros privados, principalmente. Pero, incluso con esto, hay quien parece no darse por aludido, que los plazos marcados por una ley, tienen el mismo valor que una tonelada de arena en el desierto.
Volvemos al maquiavelismo, el fin justifica los medios. El fin es hacer lo que manda en ser superior, el medio es aquí y ahora y que ya lo arreglen otros.