jueves, 22 de abril de 2021

Aislacionismo exterior e interior ¿incomunicación? ¿desinterés?

No estamos en la Albania d'Enver Hoxha, ni en la Corea del Norte de Kim, estamos en un modesto organismo autónomo en el que hay palabras que parecen silenciadas, como si se tratase de una red social que te permite dicho nivel de censura.

Mis capacidades de analista de organizaciones y todas estas mandangas son cercanas al cero, puesto que se basan en la observación, algunos comentarios y el sentido común.

De la observación, una década viendo a la gente con la que trabajo y para la que trabajo (mi unidad es del tipo, de ese bonito y actual concepto, transversal prestando servicios a todo el organismo), he llegado a constatar actitudes sorprendentes.

Una de ellas es el aislacionismo interior y exterior. Esta doble vertiente se basa en la constatación de mi día a día. El jefe de la unidad en la que estoy peca de esta doble vertiente. Se aísla del resto de las unidades a las que ha de satisfacer sus necesidades, puesto que su responsabilidad con los caudales públicos funciona como muro de contención hacia los deseos y/o necesidades del resto de la organización. Tener una concepción de que la mayoría de los recursos se utilizan para cosas futiles, banales y por un coste superior a los servicios recibidos (en ocasiones certeramente), refuerza ese muro de contención hacia las actuaciones que no entran en sus esquemas de lo que sería un gasto racional y las implicaciones burocráticas del mismo.

En cuanto al aislacionismo interior, se constanta en algo tan simple como es la ¿incapacidad? o el desinterés por realizar reuniones de toda la unidad para saber qué se está haciendo y cómo; si hay alguna necesidad que cobrir; si puede haber refuerzo al resto de la unidad en según que tareas que puedan ser asumidas por otros compañeros en un determinado momento y no supongan una sobrecarga de trabajo a la hora de explicarla.

De los comentarios de una compañera, sobre la que recaen la pesada carga de intentar cohesionar y racionalizar parte de la organización, carga, dicho sea de paso, que no debería soportar estoica y solitariamente, llego a deducir que ese aislacionismo no es algo excepcional, que también se detecta en otras unidades, aunque la interrelación con el resto de la organización sea mayor por obligación y una comunión en las competencias a ejercer.

El aislacionismo está íntimamente ligado a dos aspectos (seguro que hay más) que son una grave carga y un gran freno para la organización: la incomunicación y el desinterés.

La cuestión es dilucidar si son causa o consecuencia de este aislacionismo, quizás haya un poco de todo, o que no deja de ser un pez que se muerde la colar y en el que el desinterés y la incomunicación te llevan a aislarte del resto al no poder poner en relevancia tu opinión o valorizar el trabajo realizado. Este aislamiento puede provocar que ya no te interese comunicarte, ya que presupones que tu pensar es irrelevante, secundario y que estás para servir al resto, con lo que empieza a calar el desinterés por integrar la organización como un todo.

Lo que está claro es que, como buen reino de taifas, las unidades se creen imprescindibles sin tenen en cuenta que lo imprescindible es ofrecer un servicio público con el mejor nivel de calidad posible. Esto requiere valorizar el trabajo de todos, circunscribiéndolo en el lugar que ocupa y en lo necesario que es, aunque sea menos visible. Aquí podríamos vincular la cuestión con la información cautiva, que nos hace creer que es poseerla y no comunicarla nos hace imprescindible o poderosos. Pero es una cuestión a tratar en otro momento.

¿Soluciones? Hay quien las está buscando (y le va la salud, 😉), hay quien las intenta entender y hay quien las rechaza de plano. La actitud hacia las soluciones tiene que ver, en gran medida, con personalidades y egos, no es solo querer, es saber porqué no se quiere.

jueves, 1 de abril de 2021

¿Personalidad o personalismos?

Breve entrada sobre lo que llevo sufriendo en una mesa y como las personalidades o personalismos suponen una carga insoportable cuando se llevan a los extremos.

Estamos tramitando la contratación de un servicio. Mientras se han ido desarrollando los diferente trámites del procedimiento, han ido aflorando contradicciones y errores que han trufado el camino de pequeñas trampas.

La cuestión es que estas pequeñas trampas han alcanzado una dimensión que ha acabado explotando en las mesas que se han celebrado. Esa es la cuestión, el problema es otro.

El problema es la interpretación del redactado de según que partes de un pliego, que según cada parte, implica unas u otras decisiones que afectan al desarrollo final del procedimiento. Pero el problema se ha visto agravado cuando han entrado en juego las personalidades de las partes enfrentadas por sus interpretaciones opuestas. Se ha empezado a difuminar la barrera entre la argumentación y las simpatías personales. Y, junto a las argumentaciones respectivas, han empezado a enraizarse ciertas antipatías, fruto de posiciones monolíticas y poco dadas a la negociación y la cesión por ambas partes.

Y, por eso, se ha convertido un procedimiento administrativo en un enfrentamiento soterrado de personalismos, en el cual, ninguna parte parece dispuesta a ceder un ápice.

Partiendo de la base de unos errores iniciales, que han sido los desencadenantes de esta situación, las partes no han sabido o querido acercar posturas para poder agilizar el procedimiento y llegar a un final de una forma bastante ajustada a la norma, aunque sea cuestionable.

Cuando la personalidad degenera en el personalismo, las víctimas somos los demás. Convierten el diálogo en una enconada discusión en la cual no hay visos de salida.

Nota: lo que se quiere contratar es bastante superfluo, cosa que en ningún momento se ha puesto en cuestión, ya que podría haber otras formas de hacer lo mismo.

Moraleja: en qué se gaste el dinero, irrelevante; pero mi palabra es ley.